Sobre el arte

Palabras pronunciadas en abril de 1947 al agradecer un homenaje con motivo de la aparición de su novela El retorno de la Primavera.

Dice Van Gogh, refiriéndose a la maestría de los pintores orientales que, en una brizna de paja, ellos reflejaban el universo. Por lo tanto, tenían una concepción del universo. Una concepción del universo es necesaria al artista para que las cosas individuales, particulares, adquieran un sentido universal.

Está, en segundo lugar, el caso de un poema de guerra publicado en Inglaterra. La historia de este poema es la siguiente: su autor, un soldado del frente de África, había acabado de escribirlo cuando, iniciada la batalla, la muerte le dio un beso de gracia. Un viento clemente protegió el poema y arrastrándolo fuera del campo de batalla lo salvó para la historia. Así, las fuerzas creadoras se manifiestan en las condiciones de vida, cualesquiera que sean, las más adversas, las menos propicias: se manifiestan a condición de que el artista viva la vida tal como se presenta. El artista no debe temer que la vida lo malogre, que la vida malogre su obra. Y entonces, si así lo hace, la obra encontrará siempre un viento clemente, que sacándola de la batalla, le asegure su perdurabilidad.

Tenemos también el problema de Rascolnikov. Es un asunto que me preocupó mucho en mi adolescencia. Rascolnikov plantea su problema así: si Napoleón hubiera tenido que matar a una vieja para realizar sus empresas, la habría eliminado sin remordimientos. Entonces, Rascolnikov resuelve matar a la vieja prestamista, para poder iniciar su carrera napoleónica. Siempre me he preguntado porqué Rascolnikov había fracasado. Antes creía simplemente que, no siendo Rascolnikov un Napoleón, su conciencia débil lo había empujado al arrepentimiento. Pero ahora me explico las cosas de otra manera: si Rascolnikov hubiera sido Napoleón no habría hecho depender la realización de su obra de la muerte de una vieja. Y si, en el camino de su acción, hubiera eliminado a la vieja como a un insecto, sin ligar a ello el objetivo de su acción, tal hecho no sería un asesinato. Pero el acto de Rascolnikov era un crimen porque no tenía un objetivo que trascendiera la esfera de su problema individual. Porque visó a sí mismo y no a su obra, porque quiso ser algo y no hacer algo. Y es el fin que justifica la acción. Una acción sin finalidad es inmoral, una obra sin finalidad es tan anormal como un hombre sin cerebro. Y, sin embargo, muchos artistas han hecho depender su acción creadora de la muerte de una vieja y al negarle una finalidad le han quitado la conciencia.

Por último, está el saltito en la nuca de un desconocido que camina delante nuestro en una ciudad lejana. El saltito está, aunque no se vea. El saltito existe, puesto que lo ven los ojos de Malte Laurids Brigge. Y aunque ese saltito no sea tal vez muy nítido para los demás, existe. La fantasía del artista da ese contorno singular, ese halo particular a las cosas comunes. Y es así, con ese saltito de la fantasía, que el artista toma posesión de las cosas del mundo.

Entonces tenemos:

Esto es, para mí, el arte.